E-108
Cáliz de plata del siglo XIX en perfecto estado con copa dorada. La pieza presenta contrastes, incluyendo un sello de cabeza de león y marca 925.
Cáliz de plata del siglo XIX en perfecto estado con copa dorada. La pieza presenta contrastes, incluyendo un sello de cabeza de león y marca 925.
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Antiguo Cáliz de Plata del Siglo XIX. Perfecto Estado
Cáliz de plata del siglo XIX en perfecto estado con copa dorada. La pieza presenta contrastes, incluyendo un sello de cabeza de león y marca 925.
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Antiguo Cáliz de Plata del Siglo XIX. Perfecto Estado
Este hermoso cáliz de plata, datado en el siglo XIX, es una pieza de indudable valor tanto por su impecable estado de conservación como por su detallado trabajo de orfebrería. La copa, finamente bañada en oro tanto por dentro como por fuera, resplandece con un brillo suave y cálido, elevando la majestuosidad del cáliz. Con una estructura robusta y elegante, esta pieza está forjada en plata de ley, como lo demuestra el contraste "925" grabado en la base, símbolo de su pureza. La parte superior de la copa lleva una marca adicional, la cabeza de león, cuya procedencia aún no ha sido identificada, pero que añade un elemento de misterio y potencial rareza a esta magnífica obra.
El tallado en la base y el fuste del cáliz exhibe una meticulosa labor artesanal. Decorado con patrones geométricos y florales de estilo clásico, el cáliz irradia una armoniosa mezcla de sobriedad y ornamentación. Las proporciones son perfectas, haciendo de esta pieza no solo un artículo funcional para la liturgia, sino también un exquisito objeto de colección. La plata dorada en el interior de la copa, un elemento destinado a realzar su uso eclesiástico, permanece en perfectas condiciones, mostrando el mismo brillo original de cuando fue creada hace más de cien años.
En términos de funcionalidad, este cáliz sería ideal para su reintroducción en la iglesia, perfecto para ser utilizado en la Eucaristía o como un destacado elemento de adoración en cualquier parroquia. La integridad de su diseño y su brillante estado de conservación lo convierten en un objeto único, difícil de encontrar en estas condiciones, y sin señales de desgaste ni defectos que disminuyan su belleza o su valor. Un verdadero testimonio del arte sacro del siglo XIX.
Este cáliz no solo destacaría en una ceremonia religiosa, sino que también aportaría un toque de historia y solemnidad a cualquier colección privada de antigüedades litúrgicas. Una pieza imprescindible para aquellos que buscan una obra maestra del arte sacro que represente el esplendor del siglo XIX.
Una oportunidad excepcional para adquirir una obra tan única y especial que ha perdurado en el tiempo en un estado casi inmaculado. Ideal para coleccionistas o amantes de las antigüedades religiosas que aprecien tanto su valor artístico como su funcionalidad.
Medidas: 23 cm (9.06 in) de alto, 11,5 cm (4.53 in) de diámetro en la base, 8,2 cm (3.23 in) de diámetro en la copa. Peso: 280 g.
Historia del Cáliz
Los cálices, utilizados desde tiempos remotos en ceremonias litúrgicas, han sido siempre piezas de profundo valor simbólico y artístico. Este tipo de recipientes destinados a contener el vino durante la celebración eucarística ha evolucionado en términos de diseño y materiales a lo largo de los siglos. En el siglo XIX, el auge de la producción artesanal y el refinamiento en el trabajo de metales preciosos hicieron del cáliz una pieza esencial para la iglesia, tanto en su uso como en su capacidad de reflejar el esplendor divino a través de la belleza artística.
Durante este período, muchos talleres de orfebrería dedicados a la creación de objetos litúrgicos florecieron, especialmente en Europa, aunque algunos de estos cálices no están claramente marcados en cuanto a su ciudad de origen, como en este caso. Sin embargo, los contrastes de calidad, como el sello de "925", nos aseguran la pureza del metal, y las figuras de animales, como la cabeza de león, eran comunes en algunos países para certificar la autenticidad de los materiales empleados.
El dorado de la copa era, y sigue siendo, un detalle típico de los cálices más finos, ya que el oro no solo simboliza la divinidad, sino que también es un metal que no reacciona con el vino, lo que preserva tanto el líquido como la integridad de la copa. Este tipo de dorado interior, combinado con la plata exterior, ofrecía un balance perfecto entre resistencia y belleza, haciendo de estos cálices no solo instrumentos litúrgicos, sino también auténticas obras de arte.
La conservación de piezas como este cáliz, especialmente en tan buen estado, añade valor no solo a nivel histórico, sino también desde un punto de vista patrimonial, ya que son testimonio de la devoción y el arte religioso de una época en la que los objetos litúrgicos no solo servían a un propósito funcional, sino que también reflejaban la espiritualidad y el estatus de las iglesias que los poseían.