D-784
Óleo sobre cobre virreinal, ca. 1780-1820, Escuela de Nueva España o Perú. Piedad de gran fuerza devocional y refinamiento técnico.
Óleo sobre cobre virreinal, ca. 1780-1820, Escuela de Nueva España o Perú. Piedad de gran fuerza devocional y refinamiento técnico.
Disponible el:
Antigua Piedad Virreinal Ca. 1800. Óleo Sobre Cobre, Escuela Mexicana O Peruana
Obra de exquisita sensibilidad religiosa, esta Piedad virreinal, realizada al óleo sobre plancha de cobre entre ca. 1780 y 1820, destaca no solo por su calidad técnica, sino por su profunda carga espiritual y simbólica. En ella, la Virgen María sostiene con ternura el cuerpo inerte de Cristo tras la Crucifixión, representando una escena de dolor contenido y esperanza redentora. La elección del soporte de cobre no es casual, utilizado por su superficie lisa, durabilidad y capacidad de reflejar la luz, fue ampliamente cultivado en los círculos artísticos del virreinato de Nueva España y del Perú, donde confluyeron la tradición europea con la espiritualidad americana. Este tipo de soporte permitía alcanzar una intensidad cromática y nivel de detalle excepcional, claramente visibles en esta pieza.
La representación de la Piedad, donde la Virgen María sostiene el cuerpo de Cristo tras la Crucifixión, ha sido uno de los temas más conmovedores y representativos del arte cristiano. Nacida en Europa durante la Edad Media, encontró en América virreinal un terreno fértil para su reinterpretación. Con una devoción profundamente arraigada entre los fieles, esta imagen fue reproducida en pinturas, esculturas y grabados, siendo particularmente cultivada en conventos y talleres de Nueva España y el virreinato del Perú.
La iconografía pasionista es precisa y profundamente meditativa. Cristo aparece representado tras su descenso de la cruz, mientras la Virgen, cubierta con un velo verde oscuro y túnica púrpura, alza su mirada con una expresión de recogimiento y compasión. La luz irradia desde el fondo en forma de mandorla dorada, una reminiscencia del arte barroco tardío reinterpretado por los talleres devocionales del Nuevo Mundo, aportando un fuerte dramatismo visual a la escena.
La técnica del óleo sobre cobre tuvo una destacada difusión en estos territorios, favorecida por la disponibilidad del mineral y su capacidad de permitir un acabado brillante y duradero. La pintura virreinal sobre cobre se distinguió por su detallismo, la viveza de los colores y su uso en formatos portátiles destinados tanto al culto público como privado. Las versiones coloniales de la Piedad suelen mostrar una mayor carga emocional y una gestualidad intensificada, en sintonía con la espiritualidad barroca y la sensibilidad popular de la época. Por su estilo, podría inclinarse ligeramente hacia Nueva España (México), aunque no se puede descartar un origen peruano sin un estudio pigmentario o histórico adicional.
En la parte inferior se incluyen discretamente la corona de espinas y los clavos de la crucifixión, elementos que actúan como emblemas devocionales, característicos del arte virreinal americano y poco frecuentes en composiciones europeas. Estos símbolos refuerzan el carácter contemplativo de la obra, invitando al espectador a una experiencia espiritual profunda. La composición, centrada, equilibrada y simbólicamente poderosa, está cargada de emoción serena y una notable maestría en el tratamiento de los rostros.
Estas obras funcionaban no solo como objetos estéticos, sino también como vehículos de meditación, destinados a fomentar el recogimiento interior y la empatía con el sufrimiento de Cristo y su Madre. Hoy en día, el coleccionismo y estudio del arte virreinal ha cobrado un notable auge, y piezas como esta son altamente valoradas tanto en el mercado artístico como por instituciones culturales. Su rareza, simbolismo y calidad técnica las convierten en valiosos testimonios de la religiosidad y el arte americano colonial.
El marco de madera dorada conserva su pátina original con leves señales del tiempo, que solo realzan su autenticidad. La pintura presenta un buen estado de conservación general, con algunas oxidaciones menores propias de su antigüedad, que no afectan su lectura ni impacto visual.
Una obra de alto valor estético y espiritual, ideal para reintroducirla en la Iglesia, para usarla en una parroquia o para integrarla en una colección de arte virreinal o devocional. Su presencia aporta solemnidad, historia y un eco profundo de fe.
Una pieza singular, que conjuga belleza técnica y fervor religioso, perfecta para los amantes del arte colonial.
Medidas: 28 x 22 cm (11 x 8,66 in).
Pintura visible: 21,5 x 16 cm (8,46 x 6,3 in).